Coming y aparte de Xtian (Marzo de 2006)

Raro. Esa era la palabra que mi mamá usaba. “Es un chico raro”. No me lo decía a mí, pero sí a sus amigas, a las vecinas y a los parientes. Y no lo decía con tristeza o resignación, lo decía con orgullo. “Hay que estar muy atento, porque si le decís algo que no le gusta toma carrera y se da la cabeza contra la pared”. “¿Qué peligro, no?”, se compadecía la vecina. “Lo que pasa es que nació sietemesino y tardó como dos minutos en respirar. Le pegaron en la cola 3 enfermeras y nada, tuvo que venir el doctor Ortiz y pegarle bien fuerte en la cola, y ahí recién lloró”. Dicen que la psicología sexual de una persona se configura en los primeros años de vida. En mi caso, el trámite duró tres minutos.

“Como había tardado en respirar, me dijeron que iba a ser mogólico o que iba a tener problemas psiquiátricos”, continuaba mi mamá. “Claro, porque no le irrigó bien toda la cabeza, supongo”, completaba la vecina. “Sí, me dijeron que le haga análisis a los 6 años, que es cuando se nota el retraso. Pero yo no creo en los médicos. En segundo grado me pidieron adelantarlo a cuarto, porque se aburría... Ya sabía todo porque las hermanas juegan a la maestra con él. Mire cómo será que se aburre, que se aprendió de memoria casi todo el Platero y yo”.

A continuación sacaba del monedero un papelito con una poesía que escribí a los 6 años. Se llamaba “Mi mamá”, y terminaba con los versos “tiene los ojos celestes / parece una extraterrestre”. Si la charla sucedía en el living de mi casa, mi mamá señalaba una foto bajo el vidrio de la mesita del living: “Es este que está acá, tiene muy lindos rasgos, rasgos muy finos”. En la foto estoy vestido de hawaiana.

Me acuerdo del día en el que mi papá llegó con el LP bajo el brazo. “Delicias del Hawai”, se llamaba. En la tapa había una chica vestida con una pollera de hojas y una guirnalda de flores que le cubría los pechos. Parecía flotar sobre la arena bajo los rayos de un sol gigantesco. Perdí todo interés en “Platero y yo” y le pedí a mis hermanas que me enseñaran a bailar hawaiano. Pasamos semanas ondulando bajo la lámpara esférica del living.

Un día pusimos manos a la obra: recortamos las tiras de plástico del barrilete de El zorro que me había regalado mi papá para hacer la pollera de hojas. Armamos collares con fideos de colores. Atamos con una tanza las flores secas del centro de mesa para armar la guirnalda de flores. Pensé que mi mamá se iba a enojar con la travesura, pero no fue así. Me sacó todo un rollo de fotos y eligió la mejor para poner debajo del vidrio de la mesa ratona.

Cuando crecí, mi mamá dejó de decir que era raro. Quizás haya dejado de serlo, quizás las rarezas infantiles se pierden como se pierden los dientes de leche, para ser reemplazadas por rarezas más sólidas pero menos visibles. O quizás fue que yo también terminé debajo de un vidrio, un vidrio que se volvía cada vez más opaco.

A los 11 años tuve mi primer encuentro sexual con un hombre, a los 15 me dí cuenta que era gay y a los 18 lo asumí. Las fechas no son precisas, y los hechos tampoco. Desde los 20 comencé a ensayar como decírselo a mis padres. Tenía un plan: el tema surgiría naturalmente, cuando preguntaran si tenía novia, por ejemplo. Los corregiría con suavidad: “No, no me gustan las mujeres”. Etcétera. Tenía varios discursos preparados; practicaba frente al espejo. Mi papá reaccionaría muy mal y me echaría de mi casa. Mi mamá reaccionaría muy bien, resguardándome de la furia machista de mi papá.

Pero el tema nunca surgía, nunca preguntaban si tenía novia. Nunca hacían algún comentario ofensivo que me obligara a reaccionar. Hasta que un día me cansé de esperar.

“Tengo que decirles algo”. Mi papá miraba televisión, mi mamá terminaba de lavar los platos de la cena. La frase cayó como una bomba. Mi mamá se sentó a la mesa y me miró en silencio. De lo del silencio estoy seguro, de que me miró no: ese día no tenía puesto los lentes de contacto. “Soy gay”, dije, lo mejor que pude. Y lo mejor que pude fue lo peor que pude.

Las dos manchas del otro lado de la mesa seguían mudas e inmóviles, así que seguí: “me gustan los hombres, no las mujeres, no sé por qué es así, supongo que siempre fue así, no tiene nada de malo, no pasa nada, sigue siendo el mismo de siempre, no tengo novio todavía, aunque sin tener novio igual ya sé que es así”. La mancha de mi mamá se movía apenas, creo que negando con la cabeza. Seguí un poco más, porque el silencio manchado era insoportable: “no es nada malo, no es algo que yo elegí, pero es mejor asumirlo en vez de pasarme la vida negándolo y terminar suicidándome o andá a saber cómo”.

Ya no podía seguir hablando. “Bueno, hablen ustedes, ¿me pueden decir que piensan? Papá, hablá vos”. La mancha de mi papá se acomodó en la silla y tomó un poco de agua. “A mí esto no me sorprende, te vengo observando desde chico… y me pensé que me ibas a decir que tenías pareja y te ibas a vivir a la casa de tu novio. Sos mi hijo y te quiero como a mi hijo, solo me da pena saber que algunas cosas se te van a hacer más difíciles”. ¿Así que mi papá lo supo siempre, antes que yo, incluso? ¿Y encima me decía que me quería y que estaba todo bien? Este no era el plan. “¿Y vos, mamá?”. La mancha de mi mamá no se acomodó ni tomó agua. “Christian, yo no pensé que eras homosexual, yo pensé que eras raro. Esto no lo puedo aceptar, nosotros no te educamos para esto. Es todo culpa de tu papá, que trabajaba todo el día en Olivetti”. Olivetti tampoco estaba en el plan. “Yo me acuerdo que vos preguntabas dónde estaba papá. Y ahora esto. La gente así termina mal, en la tapa de los diarios… y todo por culpa de tu padre que no estuvo cuando tenía que estar”. “Pero está ahora, y eso es lo importante, y ahora sos vos la que no estás”, respondí, gritando, y salí corriendo de mi casa.

Volví a los pocos días. La foto de la mesita ratona había desaparecido.

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My Coming Out Reloaded


En 2005 mientras cantábamos I´m coming out, el tema de Diana Ross, se nos ocurrió preguntar a nuestros amigos cómo habían hecho su salida del closet. El resultado son estos testimonios tomados entre Diciembre de 2005 y Agosto de 2006.
Por razones de pura torpeza tuvimos que clonar el blog original por éste, pero el espíritu se mantiene intacto.

Quienes somos?
J1 y J2 son pareja hace mas de 10 años. Se llaman igual por una de esas casualidades. Pero jamás han revelado sus nombres, por que nombrar a uno es nombrar al otro. A veces hablan en tercera persona, como Diego M.. A los dos se les da cada tanto por escribir, una canción o una historia. No importa mucho qué, ni cómo. El soporte en este caso es el blog.
My Coming Out surgió como un espacio para que todxs, así cómo ellos, puedan contar su salida del closet. Un espacio para todxs en definitiva, que crece con el aporte de quién acerca su historia.